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EMILED

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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:38 am

Flores muertas (de quien ya no está...)

I-

Desperté al alba trayendo un collar de amapolas,
miles de flores que se acunaban, al costado de la tumba,
esperando el murmullo suave del viento,
que otrora volteara sus moribundos pétalos.

Un lirio marchito y una tumba,
una flor ebria que antaño lloraba a los sauces,
y que, ahora pálida y errante
yace, junto al río que sus corolas refleja.


II-


En las claras aguas como rostro de Luna la vi,
durmiendo a la sombra de los alhelíes,
cuando, cual finísimo hilo de estrellas
tejía el vestido perfumado del alba.

Y corría, cándida Euterpe por los valles,
bajando a los astros nocturnos a su seno,
hablando idiomas griegos al áspid
y al lago que serpenteaba, moribundo..

El otoño estrellado soplaba su rostro,
cuando en la pálida noche de las tórtolas
abría los párpados para ver la lluvia sobre el césped,
dibujando cometas en la hierba azulada.

Espolvoreando el fértil suelo de los claveles
se echaba a observar la noche eterna,
y a cada rugido de los astros celestes
escondía su sueño a la sombra de un árbol de mayo.


III-

¿Dónde fue la de mirada de Luna?
Bajo tierra descansa su cuerpo de cisne,
y sus párpados aún miran el arco del cielo,
y la lluvia que cae sobre sus labios maltrechos.

Un lirio marchito y una tumba,
acompaña al sueño a la dama de los sauces,
y en la inmensa soledad del atroz invierno
llevo mis flores muertas a quien ya no está...

¡Y saber que cada paso que doy entre los baldíos
es triste empresa que me acerca a la tumba!
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:39 am

Despedida en la polvorienta catedral...



Adiós…

Arranqué sonrisas gratas en labios de amapolas,
y las rosas me miraron agitando sus pétalos,
torciendo el andar núbil de las brisas matinales;
¡otro día pasa! Y el silencio se agobia en las corolas,
en los tugurios de mi alma que yace en los dédalos,
en lagos muertos, en los grandes manantiales.

Ya parece mi alma bodega de agrios vinos,
negros oasis donde beben miel los idiotas,
hurañas avenidas que de lumbres se guardan;
y aún así, sigo tejiendo el cruel vestido de Minos,
aguardando en el jardín el ronco silbar de las gaviotas,
ese amargo elixir que nos lleva hacia la tumba.

Hoy diré adiós, mas ya nunca será el sueño,
esa cumbre ansiada que es lecho de llantos
será el reposo de mi martirizada agonía;
hogueras que se extinguen en la losa fría
de algún olvidado hogar ya sin dueño,
donde un niño canta bajo los pliegues del alba, el día.

Hoy puedo decir: ¡Adiós!,
y correr,
danzar sobre aquella polvorienta catedral,
esa terrible inmensidad de la nada...
¡Si muerte, hoy puedo decir adiós!

En la noche que vuelca el silencio de los astros,
veré la tarde sobre mi perfumada tumba,
en el ayer, en el hoy tantas veces triste;
en ese olvidado nicho que de orquídeas se viste,
beberé de la putrefacta sonrisa del alba..

Adiós…
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:39 am

Breve fábula del ave y los siete cielos



I-

En los senderos de piedra que habita el guijarro
oí un llamado como de la aurora,
y al tintineo fúnebre de las campanas de barro
siguió el murmullo de luciérnagas en el jardín,
y el crujir de mis pasos en el ancho bosque
me recordaba al estertor de las hojas en otoño.

Caminé por la ribera durante diez años,
hasta que, en la onceava noche de luna llena,
bajo un ciprés inmenso de frondas de oro,
encontré un cofre rodeado de pétalos de loto,
y al abrirlo, destellando etéreas lumbres,
se me apareció un ave, mas blanca que el alba.

¡Milagro! ¡Aparición del sueño a mediodía!
El pájaro, silbando acordes en el viento,
me habló de las torres y flores silvestres,
y del mar, cuando al encallar en sus fauces los ríos,
las gotas se pierden en lo eterno,
colándose en la amarillenta espuma.

En vuelo fugaz nos alzamos a las nubes
y nos fue mostrado el Nirvana;
y el tarot,
hizo de nuestros sesos un mazo de naipes.

II-

El primer cielo que abordamos fue el de los leprosos;
paganos buitres sucumbían en los taludes,
como la hormiga bajo los pies de un titán,
abriéndose paso entre los gladiolos del parque.

El azur, imaginario éter sin cometas
me habló de esos templos de cartón,
donde los dioses de piedra juegan la ouija,
mientras maman de los pechos de la muerte.

Dijo el ave:
- Oro al idiota, torpeza al pobre-,
Y debimos irnos,
escalando los peldaños azules,
hasta perder de vista los inmensos abismos.

III-

El segundo cielo se enramaba de astros,
como un ciprés de frondas violetas,
y por allí caminaban los solitarios,
sin sombra y con el temple de Cerbero.

Durante mil años reinó el silencio,
la luna enfermó y le dimos de beber,
hasta que el vampiro sonrió en su tumba
y nos echó de aquellos páramos inviolables.

Los piélagos me susurraron,
y el ave apresuró su paso en la bóveda,
esquivando las brumas azuladas.

IV-

En el tercer peldaño encontramos cataratas,
una cascada que se cruzaba,
vaporosas nieblas de ámbar.

Las aguas no se movían, me hablaban.
Cantaban susurrando al caer en la hierba,
y la espesa lumbre roncaba lánguidamente,
como el áspid en los cañaverales.

El ave y yo, vivimos allí dos milenios,
pero, después de llover peces en la alfombra azul
y las inundaciones de estrellas,
partimos, sacudiendo escamas en la marea.

Ascendimos un peldaño mas.

V-

El cuarto escenario parecía un subterráneo,
pero los albañales se encontraban en el techo
y los faros en el suelo, encandilándome.

Paredes de laja burbujeaban miel,
y el risco lloraba en el fondo del suburbio,
teniendo en su lomo un ramillete de orquídeas.

Hablé con las flores pero no me oyeron.
Ateridos e impasibles,
Los árboles me miraban en la sombra.

El cielo al revés, pletórico en jardines;
allí estuvimos otros varios siglos,
pero el vapor de niebla nos obligó a huir,
antes del caer de las aguas tormentosas.


VI-

El quinto cielo era el del silencio eterno,
desolación de valles y bosques,
alquimia de voces que se extinguían
con el haz de luz de los soles errantes.

Fue la eternidad de lo fugaz,
de efímeros vientos, tenues brisas;
y allí nuestro reflejo hizo espejos de sombra,
como un largo río en la imagen del cielo.

Nos fuimos.

VII-

Temblaron las nubes al caer en el sexto cielo,
y ahí vimos un ventanal y una torre,
y hablamos con un serafín encapuchado
que se nos acercó entre los lupanares azules.

Nos contó la historia de los viejos chamanes,
para, cuando nos volvamos árboles,
de nuestras frondas sean colgados los hipócritas,
y que bebamos del puro arroyo de la verdad.

Vimos muchedumbres descendiendo,
cantando canciones de Persia y Babilonia
con liras hechas de piedra y mármol,
y ángeles y demonios erguidos en las cimas.

Bebimos de la ponzoña de las cloacas
y luego ascendimos al rayo mas elevado.

VIII-

Una luz brincó por arriba de las nubes,
y pronto nos hallamos en el mas alto cielo.
El piso estaba cubierto de alhelíes,
amapolas, lirios rojas y rosas carmesíes.

Después se desplomó un rayo en la alfombra,
y vimos crecer un oquedal brillantísimo,
de cuyos frutos bebimos ambrosia pura,
y la miel de los panales inextinguibles.

Y nos fuimos,
vislumbramos la eternidad en un día.

Oh sueño mío, musa mía,
ave que me llevas por los campos de la noche:
ya somos inmortales.
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:40 am

De bestias y quimeras, el alquimista.


Tigre de felpa,
te oxidaste en el ojo de los cataclismos,
temblando, bellos cimientos de marfil,
tu hermoso vientre de luciérnaga.

Oh ave de múltiples ojos:
no hubo vuelo que semejara al cenit
tu grisáceo estómago de Leviatán,
monstruo marino dotado de blancas alas.

Escucha el zumbido de las mareas,
ojo del eterno designio del alba:
magia, regocijo de quimeras.

Dragón, lenguas de zafiro,
hablaremos los mil idiomas de antaño,
el griego, hebreo, las voces del Titán,
la marcha de las nubes en los heliotropos.

Alción, ave infinito,
dame del elixir de tu pico espolvoreado,
miel de la alquimia del rey Sol,
oh reina Luna, dame del almizcle de tu cresta.

Escucha el zumbido de las mareas,
ojo del eterno designio del alba:
magia, regocijo de quimeras.

Tigre, mi tigrecito de felpa:
corazones como de mármol,
no miremos los espejos de las holoturias mañanas,
lémur durmiente a la sombra del oquedal.

Ave, mi ave de miles de ojos:
rasga bajo el hado de la bella lejía
el vestido del ocaso sobre los mares,
mañana seremos astros, oh Luna.
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:41 am

BARCO DE PAPEL

Antes me embriagaba de la torpeza de la hiedra;
miraba el reflejo del croar de las bestias
en el rencor de las aves sobre marítimas piedras,
y torcía el núbil campaneo de los relojes.

Antes, colocaba en cada lago esmeraldas,
barcos de papel tan frágiles como el viento,
y creaba estrellas por cada suspiro del cielo,
si tan solo de aire vivieran las ciénagas y el mar.

Antes, y siempre el ayer, creía en dragones,
en hadas y maravillosas noches de luna,
creía y creaba muertes, otoños y canciones,
mientras mecía Baal las rejas de mi cuna.

Hoy depresión, catarsis, me vencieron,
hermanos de la muerte y de soles amarillentos,
ventanas siempre abiertas al silencio del verano,
murmullo, estrépito de alciones en los valles.

Y yo nunca olvido, ni a las piedras del mar,
ni a la espuma que mojó nuestros pies desnudos,
aunque cabalguemos siempre por la miseria
nunca olvido quien dijo a la Muerte mi nombre.
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:42 am

SIETE POEMAS DE AMOR


I- Amo el verdor de tus ojos


Amo tu vientre y el verdor de tus ojos,
tus labios carmesí,
tu pelo enramado de perfumes
y tu suave piel de alelí.

Amo tu sonrisa,
el misterio de tus piernas,
tus mares de azures y lagos
y los archipiélagos de tus sueños.

Amo los paisajes,
mas aún tu imagen en mi espejo
si refleja los árboles de algodón,
y tus valles, y tus bosques de sombra.

Amo el verdor de tus ojos.


II- El rostro de los mares, el estío


Oh mar: me recuerdas a la aurora
cuando mecen los vientos tu alfombra azul,
cuando el desierto agua le implora
a la tormenta y lecho al abedul;
me recuerdas al otoño, cuando otrora
bañara de hojas secas los jardines de tul,
oh bello mar: ¿Cuándo bañarás ésta mi tierra
de aromas de azafrán, cuando cesará la guerra?

Aguas blancas, quisiera reposar en el río
que cruza las riberas de la esperanza,
sentir en la frente la brisa del estío
y oír el eco de las aves en lontananza;
el murmullo de luciérnagas en el baldío
cuando el sol camina clavándonos su lanza
y ver por las mañanas el cristalino reflejo
del amor en algún olvidado vino añejo.

Oh mar: engalanarte el alba no precisa
de falsas joyas o pálidos rubíes;
tienes en tus claras aguas la frágil brisa
del cantar del poeta y sus labios carmesíes,
tienes, para enamorar, aquélla risa
de niña azul y ojos como de alhelíes,
que me dicen: son tus ojos el puerto
donde duermen los astros de mi sueño incierto.


III- Sueño en una tarde de Septiembre…


Me apareciste con la tarde en sombras…

Fresco y pálido invierno me mostró tu risa
el venir de mis pasos en el jardín de orquídeas,
y el punzante ocaso que otrora crecía en mi alma
desveló el soñar incierto de tu brisa infantil.

Te vi con los ojos destellando en mi lecho
los suaves perfumes del alba y la tarde,
tus cabellos que, como verdes frondas
enramaban las mil estrellas del parque solitario.

Me apareciste con la tarde en sombras…

Era de noche, y al sigiloso ruido del guijarro
durmiendo sobre el lomo de las amapolas,
siguieron los acordes de bandada de ángeles
torciendo a las olas las notas del estío y el mar.

Era de noche,
y en el oquedal cubierto de brumas celestes,
como ninfa escapada de un sueño épico
encendiste en mi pecho la aurora,
el amor…


IV- Frágil brisa de otoño (Soneto)


Mas que por dormir en la sombra de tu risa
sería el edén de tus besos flor pálida
y la noche donde duermes en la mar cálida
traería un recuerdo como frágil brisa.

Brisa de otoño tu andar, tu sonrisa
el bóreas de la playa lívida
de mis recuerdos, mi noche árida
de verte pasar con tus cabellos a prisa.

El invierno se irá, y como la aurora
que sol en los ríos su sombra espeja,
como la lluvia que al alba en vano llora,

dejaré tu lecho como quien besos deja
en la tumba de quien el entierro implora,
niña que el sauce tus rojos labios refleja.


V- El alba y el mar


Hoy derrama la luna altivo vapor de amapolas
sobre el martirizado lecho del guijarro,
y encuentro en el rubor de aquellas flores
el perfumado canto de las mieses y las corolas;
duerme el mar en mis brazos, en el barro,
y en esa espuma abrazo el laúd de los cantores.

Hoy fue ayer, cuando arranqué los lirios de la tierra
y se los ofrecí al alba, al mar,
dibujando una sonrisa en el poniente;
esa frágil melena coloreada de acordes
y lumbres como un sol en la lontananza…
¡Que día tan claro de septiembre era!

Rojo el alba, azules los días sin ocasos,
aguas donde los besos se desdoblan
y suben al bóreas rechinando estrellas;
oboes, laúdes como piedras en el río,
sirena de mil cantos en el alabastro,
¡dadme arena de esas playas, estío eterno!

Quisiera beber del oasis de esos labios,
recordando los claros días en el campo,
las noches y el desembarco de los buques;
dormir en tu lecho los cometas de ámbar
el sueño que me trae tu pavoroso andar,
radiante sombra, atardecer eterno.

¡Te regalo el rojo y el azul niña,
el alba y el mar!


VI- Ciego reflejo de luna


¡Cómo si crearas pétalos en la lluvia!
Alma inmortal, que amarras a los vientos
los azulados cometas del fatuo fuego;
que como el liz desbordan tu frente rubia,
te corono amor de besos lentos,
¡Oh agonía de amor, de luna reflejo ciego!

De luna reflejo, tu blanco rostro en los ríos,
tus ojos de mar, de almíbar tus labios;
oasis mis sueños son que nunca llenan,
nunca sacian tus mares de beber mis estíos,
cielo te imagino en los azules sabios,
éter, edén, así tus jardines me suenan.

A ambrosía me suenan tus pétalos de loto,
estivales tus otoños, lánguidos tus inviernos,
manzanos que nunca sus frutos de dar cesan;
alada Cibeles que de lirios tus pechos doto,
cuando de tu néctar beben los astros eternos,
el maná de los dioses que a tus blancos pies besan,

De luna reflejo ciego es tu rostro, aurora,
y la trémula noche, niña, es de miel.
¡De nácar tu sonrisa, frágil cisne alado,
tan negros tus ojos que hasta el océano te llora!
Pero así también un imposible marchitó tu piel,
donde ríe el áspid, labios que el Jordán ha bañado.


VII- Breve canción de estío


Sobre la arena azul escribí su nombre,
y cantó el mar canciones de estío;
dibujé un ramillete de amapolas en la ribera,
que se desdoblaban,
abriendo las pardas nubes de rubí,
-de almíbar sus labios-.

Escribí silencios con tintas de azafrán,
aromas de almizcle y algodón
que subían los piélagos de invierno,
los luceros de alta mar,
bajo la tenue sombra de los alhelíes nacarados,
-sus ojos, de ópalo-.

Escribí: son los sueños lirios de Agosto,
porque me recordaban a esos ojos de luna,
porque entre pétalo y espina,
clara lumbre en sus vestidos asomaba,
lejos del bóreas amarillento, trémulo.
-de nova errante, su andar-.

Sobre la arena azul escribí su nombre,
y cantó el mar canciones de estío.
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:42 am

MUERTE Y RENACIMIENTO


I- Intro

Adiós carreteras almibaradas de rocío;
no apaciguaron el calor de mis desiertos
los oasis del poeta en las aguas del estío,
muero en la lujuria del olvido sobre caminos yertos.

Adiós soles, lunas y cometas del ancho cielo,
quásares y galaxias empapadas en tinta;
me hastié de tristes sueños en fugaz vuelo,
águila ¡te llamo! ¡Vuela sobre el poniente gris!

Águila

Olvida el ojo que antaño tuvimos,
para ver en el mar de los heliotropos
la espuma guarnecida bajo las torres del alba.

¡Olvida! Te prometo hoy cabalgar el Olimpo
por última vez, el Ida y el Himalaya,
tu lecho, oh mi amada, tu lecho de ámbar.


II- Intermedio

Adiós océano, fueron gratas tus boyas,
perdido en el misterio de zargazos
en un navío ido a alta mar, sin joyas,
náufrago de suelos vírgenes, impávidos.

Adiós nebulosas, rebaño de estrellas.
Bañaron la Tierra de espléndidas lluvias
y tormentas de oro como coro de ángeles,
bramido de hojas secas de otoño, sólo huellas.

Mi Venus

Muchacha de ojos verdes como la hierba,
de labios como las rosas carmesí,
te amo, aunque sólo fuera sombra,
luciérnaga montada en el seno de un alelí.

Muchacha de mirada silenciosa,
corre desnuda sobre playas de arrebol,
danza, danza con el colibrí en los piélagos,
así te pareces a Venus en su etérea carroza.


III- Puente

Muerte

Adiós si, fue grato el vapor de matinal brisa
que echaba en mi tumba los sucios despojos,
aquellas flores quietas sobre ataúdes de tiza
que lagrimeaban al llorar de mis pobres ojos.

Caminé desde el Ararat hasta el Sinaí
entre papiros y pirámides de mármol,
y hoy muero en el calor autumnal del árbol
de verdes frondas donde ayer caí.

Pero toda muerte es vuelta de astros,
caída de imperios y naciones derrumbadas,
éxtasis del poeta en el alabastro,
sueño de eclipses en fúnebres alboradas.


IV- Coro

Renacimiento

Renace mi Pegaso, vuela sobre páramos azules,
hasta que cierren éstos mis párpados
el aroma de azahares y dulces nardos.

Vuela, por los campos de abedules,
renace en céfiros como la aurora
del ayer por los arroyos, hoy tan azules.

¿Es que no ve el simún del abismo quien llora
en el fuego invisible a la lluvia,
si un arco iris al cielo colores le implora?

Aún bañaremos de decoros al alba rubia.
yo sol, ella luna, oquedales durmientes,
pintando muertes sobre corpúsculos y ponientes.


Ayer morí, pero aún añoro el laurel de los días.
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:43 am

Y una noche la luna se tiñó de negro.


En Buenos Aires, lejos donde los charcos crecían y los ríos volvían a ser mar, y los mares crecían tan azules como el vestido del cielo, una noche la luna se tiñó de negro.
Y la dama buscaba al sol, oculto a miles de años luz: le decían la estrella extinguida.

Y si todo no fuese solo piedras, yo te hablaría, estrella mía:
-¿Y porque sigues ha tiempo la luz sola del dios del fuego?
¿Por qué te has ido estrella mía?

Valía la pena ver el eclipse.
Desde los campos la noche era mas negra y los geranios sollozaban al silencio de las aves y los grillos.

Todo enmudecía.
La carretera se encontraba muy fría, tan infausta como el cruel ocaso en donde buscamos al ave muerta en los nidos del ayer, y en los bosques. ¡Cruel! ¡Noche Cruel!
Nunca te pareces a esos mundos fantásticos llenos de flores, el paraíso nunca existió.

Pero, silencio.
La luna y el sol enmudecían.
Los dos reyes, hechos de un mismo hielo y azufre, colisionaban hasta fundirse los dos en un solo astro, y el señor de amarillo parecía ahogarse en el vientre nuestra madre, la luna.
Todo fue fugaz, y en un solo instante el profundo manto de la noche nos cubrió todo, hasta el mar de Punta Alta, y los arroyos que nunca existieron, porque simplemente lo que el poeta imagina es lo que no existe.

La luna se comió al sol.

Desde entonces el hombre lobo salió a habitar por siempre la pequeña plaza del barrio, y cada tanto sus aullidos prolongan nuestro miedo, y los cipreses se van volviendo cada vez mas polvo, hasta volver al seno de la tierra, de donde es que nacen.

Y la estrella jamás volvió a aparecer.
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:46 am

Noche dibujada bajo la sombra de un sauce



Me remuerden los céfiros del ayer olvidado
y el saber de otoños y días de tormenta,
me remuerde el saberme pronto en la tumba
y el saber que el ayer no será olvidado.

Te busco, mi Venus, para saberte en los jardines
y en los piélagos formados junto al mar
para compararte al aroma de jazmines,
y comprendo pronto lo de ser río sin su mar.

El desierto, la impavidez de las sierras,
imágenes agolpadas en el silencio.
La ciudad sola como una tumba en la tierra,
¡Sola, siempre sola en la palidez del silencio!

Me remuerde encontrarte por allá tan sola.
¿Cómo serían tus besos sin el color de la miel?
¿Cómo, de la tierra arrancadas tus corolas
podrían florecer pobres rosas sin su miel?

Saber que a los peces los ahoga el agua
y nadar interminablemente al ocaso,
arrastrado como pluma por las trombas,
navío a la deriva en el vientre del ocaso.

Irene, me remuerde verde por allá tan sola.
¿Cómo era la noche cuando la dibujabas?
¿Cómo era cuando con tus manos de niña
bajo el claro de luna la noche dibujabas?

Verte de noche de espaldas al cielo
o bajo la quieta sombra de un sauce.
Nunca te dejaré. Antes crecerán en el suelo
lagos de lágrimas por el llanto de un sauce.
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:47 am

En víspera del otoño



I-

Ya siento el aroma del otoño:
el lánguido rumor de las hojas al caer
sobre el cadáver de las rosas carmesíes
y el oquedal enredado en perfumes nuevos.

Ya siento el tempestuoso oleaje del mar
acariciando desde las piedras los piélagos,
y el sigiloso canto de la espuma
al morir su blancor en la triste arena.

Ya siento tu sombra en los jardines, otoño:
la imborrable marca de los vientos,
el silencio de los grillos en el campo,
las espirales trombas en el Río de la Plata.

¿Sabes otoño? Todo pasa.
Desde el remolino en los ríos naciente
hasta el silencio de la lluvia en la plaza,
en el jovial revoloteo de las luciérnagas.

Es que nos parecemos al solitario ciprés
cuando las aves anidan en las ramas,
y dejan siempre el inmenso murmullo
sobre nuestras resecas y olvidadas raíces.

Otoño, fugaz otoño: ya siento el tumulto
de los años que en vano libertinos pasan,
y el semblante teñido del rojo del alba,
y las carreteras donde dormita el silencio.


II-

Pasó la borrasca, y el otro lado del céfiro,
miro el frágil deambular de la hojarasca
sobre el impávido césped de la plazoleta
y el grillo que posa en mi cansado hombro.

A unos metros del rosal se oye el estallido
del estío en el verdor de los árboles,
pintándose de azul el lejano paisaje
con el eco de peces sobre los nenúfares.

Pasó la borrasca, y del sueño el fugaz vuelo.
Nos quedamos con el perfume del rosal viejo
y del alción en el bosque el moribundo canto,
las tumbas solitarias y la oscuridad del cielo.


III-

Otoño, viejo otoño: la noche duerme.
Debemos saber buscar agua en la tormenta
y de las pupilas los ojos que se aman,
del triste naufragio el navío que se renueva.

Todo vuelve a su paso por la orilla;
una tumba sola a los pies del sauce,
archipiélagos en las riberas de un monte
y el impasible canto del rocío de la mañana.

Otoño, aterido otoño: hay que partir.
Ya siento el bramido de nubes en tormenta
y el borrascoso destello de las olas,
ya siento el sollozo de geranios en la plaza.
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:47 am

III-

El valle de los muertos

Hay, bajo el plateado haz de luna,
pura lumbre que hace llorar al cielo,
un valle donde el ciprés acuna
a los diamantinos lirios del suelo.

Apenas muere la medianoche bruna
las blancas tórtolas se alzan en vuelo,
y se siente en el horizonte una
melancolía gris semejante al hielo.

Allí, se levantarán las naciones,
y en lontananza sobre los puertos
sonará el eco de inmensas canciones.

Allí, reinará la sombra de los muertos,
y sobre las montañas cantarán alciones
la desolación de bosques y desiertos.
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:48 am

Visiones de la luna desnuda I



Cuando supe de la violenta visión del cosmos,
ya los quejumbrosos astros del azur
habían violado en su desnudez a la luna,
y a los cometas que iban hacia el sur.

Cuando supe de las errantes estrellas
el paroxismo que sufrían en las trombas,
devuelto había sido el sol a su tumba
de ágata púrpura y perlas bellas.

¡Como brillaban aquellos astros!
Titilaban en forma de marítimos faros,
a veces apagados, caían luego fugaces,
abrillantando la bóveda de errantes luceros.

Desde entonces supimos del alba en el cielo
echando fuego desde los volcanes,
u otros ocasos sobre ponientes grises
en la plenitud de los polos y el hielo.

¡Ah! ¡Como se espejan aquellos en los ríos!
¿Cómo podré despertar a la tarde del campo
hacia los jardines de heliotropos,
caminando en el bosque al borde de los lirios?

Sueño tener mi hogar en el seno de la luna,
despertar en el soplo de la última tarde
junto a las novas que esos ojos acunan,
abrazado a aquel mar que a lo lejos arde.

Aún sabiendo que la borrasca allá muere
en la infinita tumba que es el cielo,
lo mismo nacen mundos en el suelo
que hoy muere y las espinas hieren.

¿Cómo será la noche por aquellos montes?
¿Serán rubíes,
ocasos,
albas de sal?

Sólo los zargazos saben de gritos en lontananza.
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:48 am

Amelia (tercetos)


Amelia, siempre fueron grises los días,
y si tus llantos fueran lluvia acaso,
llenarías de dolor el mar y las rías.

Al cielo preguntaría con firme paso
si los ángeles con vos hablaron
para darte llanto, para darte ocaso.

Amelia: los barcos de papel naufragaron
deslizándose el lis entre las ramas,
pero los días de dolor aún no pasaron.

Amelia, ¿no ves que de retamas
el valle solitario se cubre
y el cielo vil no oye lo que clamas?

Ya no llores niña, que en Octubre
vendrá el ruiseñor a tu jardín
a traerte del parque un jazmín,
para que así olvides la noche lúgubre.
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:49 am

Yo solía por las noches escuchar a aquél ruiseñor…


Yo solía por las noches
escuchar a aquél ruiseñor.
Después vinieron las bestias
a cantarles al dolor,
y en el parque desolado
quedó marchita la flor:
el lis que todo lo sueña,
con acordes de gris canción
susurró llantos al campo,
de azul hirió el corazón,
y yerta en la frágil tierra
ahí muerta se quedó.

¡Y yo que sólo podía,
en el solitario azul
por donde corre la luna
darle sueños de abedul!
¡Y yo que sólo sabía
llamarlo a que al árbol venga
y las canciones cantemos
triste me quedé ahí fuera!
Triste y sólo me quedé
cual gorrión de primavera,
con dos mares de tristeza
y una noche venidera,
y el mar triste de una flor
que como el ave así gorjea.

No, jamás hubo tristeza
honda tan como ese río,
vasta como aquél ocaso
que es invierno y turbio frío;
jamás cantaron canción
tan penosa las estrellas
en el cielo, ni el cantor
dio notas tan moribundas,
tantos gritos de dolor.

¿Y yo que aún espero
como el ruiseñor cantar
si mi camino no veo
y no puedo sino andar?
¿Y yo que si aún es invierno
y la flor marchita está,
y las bestias nos acechan,
y el sol ya no cantará?
Sólo quiero que en el parque
oiga la luna a la flor,
y así poder por las noches
escuchar a aquél ruiseñor
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:51 am

Visión extasiada en el pubis de Venus


Una tarde mirando las estrellas de mar,
tórtolas marinas nadando en las algas del empíreo
vi en los pechos de ámbar de Euterpe,
y, al son de liras de ombú y abedul,
me miraba, niña de rizos violeta,
con sus ojos de mar, tan cándidos.

Tan bella, sus labios de almíbar besaron los lirios
y las almejas del río brotando líquenes
sobre los faros del parque de Mayo,
y entre sus cabellos violetas de trigo francés
asomó una hoja de opio espolvoreada de estrellas,
rociando el éter de humos multicolores.

Entonces las nubes de plomo se abrieron,
convulsionando los negros valles de Elusión
y a los cantores de amor en los cipreses
que se alzaron en los hombros de mi amada,
que, teniendo en manos el arco de Cupido,
atravesó mi pecho con la furia de Etna.

Hermosa Venus, encendió mis labios desiertos
y mi vuelo de corcel alado,
dándome a beber del Iguazú cristalino
de sus pechos de ámbar;
justo en la noche de los soles largos,
ella Luna, desnuda, sobre la hierba…

Y a cada beso de mi sirena lujuriosa
yo, alzando mis velas en sus mares azules,
perdía la brújula y doblaba el timón,
cuando, anclando mis ojos en su mirada eterna,
sentía el reflujo de los astros deslumbrantes
de sus piernas sobre las rosas del jardín.

Y entonces, como hiena hambrienta en celo
desgarré sus frágil piel de terciopelo,
herido de amor al éxtasis de su fuego;
guardándome al lecho en compañía suya,
ángel de cera, sirena cruel que tarareaba
a mi alma, desgajándola a un cóctel de estrellas.

Así bebía ella los licores de empíreo,
dándole a mis besos sabores de menta
afrodisíaca en largos vasos de ambrosia,
hasta que caímos de hogueras extasiados,
al pavor de las románticas sombras
de sus caricias y etéreos besos.

Arcángel, Cupido flecho mi negro laúd,
quimera de las pasiones,
dándome besos del sabor del Leteo,
trayendo las sagradas aguas del Sena
a los rincones de mi despintada poesía,
traspasando mis letras con sus versos de polen.

Musa celestial, más melancólica que la lluvia
y mas dulce que el opio del Brasil,
mas cruel que Átropos y Circe
dejó en mi pecho la marca del amor,
descargando su ballesta en los cielos de azur,
mientras llovía palomas en los ventanales.

¡De mas colores que el arco iris,
bella mas que las aves de invierno!
Con el cabello enroscado de estrellas
jugaba en los charcos de lapislázuli,
niña demonio, silbando a los cometas
que se deslizaban sobre su blanca frente.

Musa celestial,
creo oler opio en tus vestidos,
cuando, en la noche de las tórtolas
me traes un beso como de algodón,
que danza intrépido,
derramándose en el acíbar amargo.

Musa celestial, que tiene ojos de Luna,
desnudándose,
a la vista de los soles recelosos,
entre los pechos un lirio lleva,
abriéndose,
sus labios de hermosa Venus.
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:52 am

Mar de Perlas

Volví a la tierra siendo fango de estiércol,
por los bueyes pisoteados los ojos negros,
entre lágrimas de sal tiñendo el alba;
maravilla del áspid, ¿Son éstas tus espinas?
¿Es ésta mi mano que sostiene el arma
y acaso fue óxido el llanto inmenso del mar?

Había hecho una casa junto al río
y un clavel en el jardín, entre los cipreses;
tenía una hamaca de algodones,
un castillo de arena en los baldíos
y un lecho adornado de naipes y torres.

Las tórtolas rumiaban en el jardín,
en los nidos de azur plegando las alas;
las luciérnagas dormían en los bosques
al claro reflejo de la luna de Mayo,
abrazando al cenit y al ojo de la lluvia.

Cielo de nácar, mi lira perdí.

Tenía un estanque al costado del río,
una flor que se abría en la arena
y un ave ya sin alas en el viejo cuarto;
tenía una ventana mirando hacia el mar
y un sol mirando al sótano polvoriento.

Tuve un cofre lleno de recuerdos,
un guijarro llorando en los sauces de lana
y el acorde justo en las noches de azahar;
al ocaso de los cielos de amapolas,
sólo un beso en la frente ¿Para que mas?

Tuve también una guitarra de madera
y me sentaba a cantar bajo el sol de estío
las canciones de la cigarra en el mar;
acordes que ido se han con el tiempo,
fúnebre reloj que cava los restos de mi tumba.

Mar de perlas, es éste mi abismo.
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:53 am

La voz del fuego

canto I (introducción)

I-

Bajo torreones de oro y marfil – en el navío-,
cruzé la mar de aguas de cristales;
las Fiebres corrían encauzando en el río.

El sol era como un señor pálido y lujurioso;

La lunareía semejando una lágrima caída en el crepúsculo;
y todo el arrabal de estrellas jugaban en el cielo arqueado.

¡Devoción de la vista! Cruzand alta mar van los arrecifes,
la última brisa dorada de la mañana partió;
sosegados los vientos, ya no precipitan las cumbres del mar.

Prepárense a partir, imágenes de plomo quietas,
la mente ordena ahora el comienzo del viaje.
¡La mente enciende las antorchas, abre las veletas!

Abismos de ópalo, ahora deben ensanchar sus puertas.
¡Arpas y laúdes antiguos! Acordes, actuar: comienza el canto.
Ya vuela el ave intrépida abriendo las alas del éter.

II-

Claveles, lirios; derramen hoy su perfume en mi frente,
de aquéllos retazos de cielos vivos, azules imponentes.
Cielos y brumas de azur, sombras del abismo latente.

¡Nocturnos desvelos! ¡Vigilias que semejan visiones!
Blancos faros de la mar, del cielo hechas majestades.
Vierte la bóveda sobre el mundo licor de estrellas y neones.

Y así sabe quien la visión pone en el monte más elevado,
en el frío inmolador del más hondo abismo su pesar,
y conoce de las ondulaciones del tiempo que antaño han callado.

De esos hombres (o demonios, quizá ángeles) con ojos de cuervos
que a los vientos sus cabellos diamantinos mecen,
cuyo Genio se esconde entre hierbas que los hacen más acervos.

¡Oh, el paisaje! El dorado resplandor que recubre los montes,
Los lúgubres verdores de las sierras, encima de inquietos ríos.
Grandísimos acantilados, de tardes de lluvias inquietantes

III-

¡El Edén! Fantasía de un paraíso de eternos besos y canciones,
donde el arpa es luna y el sol canción, y en donde vientos
como ovejas balan, sobre la hierba perfumada en oraciones.

Y a un costado de todo el jardín, fuegos inquietos,
Los ríos cruzando los campos del silencio y el desvelo nocturnos.
Abajo las ruinas del abismo, colgando como grandes parapetos.

¡Tenemos la llave, el suplicio! Oh, al mundo las aves entonan,
y luego caen brillantes cristales en el pavimento y en los tejados,
y se oyen las indolentes campanadas de las nubes que tronan.

¡Tenemos en las alas el Misterio! ¡En los ojos el tibio Amor!
Así murmura las águilas, cayendo en las frías montañas;
y pasan ateridos los ramajes en silencio – soplando el ruin temor -.

El viento contempla el aire riendo – en el campo, Dios juega con Satán-;
y están los senderos del destino que gritan entre burlas y risas,
sobre los que camina la inocencia que los odios desatan

IV-

¡Ah, ya dormí demasiado! Espero ahora las vigilias eternas;
aguardo las manos del ensueño y las sombras nocturnas.
Espero la luz del este, lumbres purificadoras y tiernas.

¡Sol malicioso! ¡Esconde ya tu fulgor hasta que aparezca el día!
Ya comienza mi canto, y necesita notas y acordes de la noche;
ya en lo alto la luna se instala, ávida de la canción mía.

Lumbres del éter: solo poca luz que arrebuje el festín de la pradera.
Solas vienen las imágenes – se anclan en el oro de la mar-,
y preguntan las olas a los blancos faros de cera:

-¿Y que has de cantar, oh sueño? ¿Qué fuegos has de exhalar?
-Paisajes, ríos de oro y sangre; abismos, montes;
de aquéllos límpidos mundos; bellos e inmensos como la mar.

V-

Me levanto de mi lecho, aletargado – El sol cae en llamas por el oeste-
¡Oh cielos, abismos! La noche con su manto nos cubre;
¡Arpas y laúdes antiguos! Acordes, actuar: comienza el canto.
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:54 am

LOS SENDEROS DEL FIN DEL MUNDO

I-La voz del trueno

Primeramente, juntáronse las nubes del azul del éter como
dando paso a la lluvia, señora y majestad del cielo.
Creí, mirando como las entrañas del mar se agitaban,
entre la rabiosa espuma y la cresta de las olas abrumadoras
que temblaba, así como sollozaba el fondo del abismo.

Y, como descendiendo de un carro espolvoreado de oro,
esparciendo en el aire perfumes de lirios y gotas de ambrosia;
bajó montado en un haz de luz un hermosísimo pájaro.
Posado en un tridente de bronce entonó una lúgubre música;
todos oyeron atónitos, hasta el enorme Leviatán escuchó atento.

¡Escuchaban la solemne armonía! Aquélla música removió las mieses,
y el arco refulgente y el puro algodón de las nubes con furia se crisparon;
así la lluvia se apresuró a precipitar los pálidos refugios otoñales.
Y llovía, y por entre la maleza del campo y los retoños resecos,
así habló retumbando una voz, los lirios y las frondas temblaron:

-Hemos de caer antes del crepúsculo, oh joven, de vuelta a éstos miasmas;
antes de que amaine la tormenta, o los vientos furiosos cesen,
estaremos de vuelta aquí; pero ahora has de volar conmigo por las llanuras.
Así habló el trueno, con su voz de luz tronando en los aires,
y, como un ave o un demonio alado, emprendí el vuelo por las altísimas montañas.


II- El río inquieto (el olvido)

Un río cuyas aguas se movían como danzando, primero vimos.
Anchísimo cual Nilo y transparente cual famoso Leteo,
siempre estaba encerrado en movimientos tumultuosos y convulsivos.
Era su brillo como el del cristal más puro, como el del zafiro,
y seguía su curso interminable por los montes extensos.

Sus aguas fluían agitadamente por el camino serpenteado,
las orillas estaban corroídas por el eterno reflujo del río.
El aire fresco palidecía las hierbas que tan altas crecían al costado;
Pero éstas no perdían su vivo color ni su temple elevado,
Siempre se mantenían erguidas como para la atenta mirada del río.

Yo nada entendía de aquello, de aquél extraño lugar;
Aquél lago transparente era el reflejo de mi alma ¡Había sabido del olvido!
¡Había olvidado lo que era el hermoso palacio del alma!
Este río estaba instalado allí como un mar hecho para los dioses,
pero en su seno se agitaban refulgentes cofres de valores inalcanzables.

III- El valle impasible (la muerte)


Después vimos ¡Oh trueno! Donde concluía aquél extraño río
y rodeado de inmensos montes y majestuosos acantilados,
un bosque cuya lobreguez fluía como el agua en los manantiales.
El Bóreas soplaba con los árboles con tanta furia y violencia,
que ningún ave podía edificar su nido en los ramajes.

Allí vi, en una macabra danza quizás dirigida por el demonio,
a millares de espíritus que de los pálidos árboles salían.
Y gritaban, bailando al ritmo de una funesta sinfonía.
Macabra señal: como títeres colgaban miles de cadáveres
ya resecos, y el vil suelo se manchaba con el hedor de sus podredumbres.

Aquél valle exhalaba las señales de la muerte y el invierno;
el letargo del tiempo se ensañaba en las quietudes del presente.
Nada más diré de ese bosque desolado y horroroso cual sepulcro;
ya debíamos partir, arrimándonos a las orillas del fin del mundo,
en donde los fulgores son tan intensos que el pensamiento palidece.


III- Los senderos del fin del mundo (la elección)

Después de sobrevolar inmensos manantiales y cascadas de eterno humo,
en donde, según dicen, viven los pensamientos humanos,
aparecimos en la cúspide de una elevadísima montaña
y, esforzando un poco la visión para ver por entre las espesas nieblas,
observé las retoños del mundo, los más alejado bosques y campos.

Estábamos en el fin del mundo, en la misteriosa y lejana orilla del tiempo.
Allí noté los bruscos cambios de las horas y las temperaturas;
El frío y el calor mas intensos convivían con los vientos y las tempestades.
Era ya de noche, y las Pléyades brillaban en el arco del cielo
con mas intensa lumbre que los faros marítimos mas resplandecientes.

Por debajo de las curvas y pendientes de la gran montaña
vi dos larguísimos caminos separados en direcciones diferentes.
Según creí ver, uno conducía a conocer los santos fulgores del alba;
el otro sendero llevaba a sombríos lugares cubiertos de sombras
y horrores, plagados de interminables noches.

-Deberás elegir entre estos dos senderos (dijo el trueno);
el mas claro y de grandes luces representa el bien,
el otro mas oscuro el mal; entre éstos elegirás.
Sólo esto dijo, y tronó hasta hacer temblar los cimientos del monte;
luego desapareció de mi vista, como si fuera una estrella fugaz.

Quedé sumido en un letargo que adormeció mis sentidos y el tiempo;
después recordé con pesar cuan lejos me hallaba del mundo,
y cómo aquél río y el valle que había divisado reflejaban mi alma.
Caminando por las orillas de esos lúgubres lugares,
proseguí mi camino, sin remordimientos, por el sendero mas oscuro.
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:54 am

Bajo los muelles del ensueño (el subconsciente)

I-

Bajo las ruinas de un sol amarillo, bajo los verde pórticos de un muelle
conocí las artes ocultas, y los humos de la magia reavivaron las llamas eternas.
En un bosque de muerte, sobre las rosas muertas, escuché el llamado de las mareas,
oí el sollozo de una niña, y vi que se la llevaban las sombras del muelle.

Después vi una tumba con mi nombre y por encima de ella cantaba un cuervo;
vi un ser alado, blanco como la nieve, blandiendo brillantes espadas.
Vi inmensos espirales de humo desciendo como pájaros muertos;
vi soles negros, albas muertas, lloviendo lágrimas en el arco del cielo.

II-

¡Oh soles! Me había tumbado en la tierra árida llorando, como un niño pobre,
bajo las imponentes arcadas del valle; y en los árboles y en las altas planicies
construí mi féretro, y allí fui aquella pálida sombra que habita en el valle.
¡Fui un ángel, un triste demonio! ¡Fui un frío espectro más en los muelles!

Y en las rocas de mármol, bajo el sol del alba pinté maravillosas imágenes.
Cobijé a la luna en los rosedales, más los astros no vinieron a mi sepulcro;
por largo tiempo se oyó a los lobos en los valles, en la cúspide de los montes,
y la niña de tez blanca y cabellos diamantinos me contaba lúgubres historias.

III-

Supe de las manos del ensueño tejiendo telarañas bajo los blanquísimos faros,
y del moribundo murmullo de los astros, cuando su fulgor desciende a la tierra;
quise pintar de rojo el sol, de negro el alba, pero éstos ya habían caído en los lagos.
Entonces me arrodillé al silencio, y oí estallando los estruendos de la guerra.

Quise ¡oh lunas! Retratar al crepúsculo en mis pobres letras nocturnas
y el imperio del alba trajo al arco iris alzado en los cristales del puente.
Las negras bocanadas de niebla del valle de las visiones taciturnas
anclaron en la tierra muerta, y vi al navío de oro atravesar el océano latente.

Quise atrapar el rocío de la mañana en la verde arboleda y en el campo de luces
llamando al ensueño, y vuelto a escuchar la tormenta palidecí en mi barca.
¡Vuelvo a cobijar la luna! Y planeando las aguas turbias fueron los peces;
En el eterno letargo del regazo dormía el niño pobre junto a la horrible parca.

¡Soy un capitán de pobres letras! Soy un acorde más en toda la triste sinfonía,
que bajo el Bóreas de otoño sólo un viento reparte sobre los lirios,
cuyo débil murmullo palidece junto al ciprés del canto de las aves del día;
que oye el susurro del trueno sobre las algas, reflejando el mar en un cielo de vidrios.

IV-

¡Habitante de tierras áridas! Hoy vuelvo a ver al pájaro en la cima de los féretros,
y al ser alado envuelto en humo jugando bajo el cielo en los acantilados.
¡Estrella de la tarde! La que asoma por la ventana al ruido de los espectros;
el mismo astro anclado en el cielo de oro y señor de los abismos arqueados.

Sepamos recibir, cuando caiga el día bajo las ruinas del muelle, las manos del ensueño,
y con ella el llamado del alba, la canción que suena a mediodía en el oráculo de Delfos.
¡Vuelvo a oír el llamado de las olas, el incandescente relámpago de los cielos!
¡Oh poetas! ¡Denme mi arco! ¡Es un abismo muy hondo mi morada, mi sueño!
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:55 am

Melancolía eterna en las avenidas del olvido...

I-

Atrás, entre los sueños perdidos de cielos de polen,
las montañas se levantan, los heliotropos arden;
los valles se cubren de nieve al nublo del invierno,
pálidos oboes , laúdes muertos
que el poeta bebe del ojo inmundo del llanto.

¡Oh sueños, calles marchitas, melancolía de mi adiós!

Melancolía eterna el invierno,
cuando desgaja los claveles del parque de mi infancia,
echando al rojo céfiro al tumulto de los mares,
que suben, impasibles, las riberas del alma.

Melancolía eterna de los amantes,
besos que se mezclan en las antiguas graderías,
y que, semejando un ronco soplo de brisa otoñal,
caminan a la frágil sombra de las hojas rumorosas.

Melancolía, verde cielo de Agosto,
cuando veo los arroyos y lagos de azur
serpenteando a orillas de un lejano Leteo,
que brota, silencioso, al morir de las estaciones.

Melancolía eterna de los ríos y acantilados,
de las calles y avenidas,
del bóreas marchito entre las sierpes,
de los blancos cipreses y las rosas inmóviles;
de la luna que canta trémula en la noche errante.
¡Canciones del nublo, de la noche espolvoreada
de estrellas, oh silencio de mi alma errante!

Hubiera buscado el lecho solitario entre las espinas,
Para ver por entre las cortinas del mundo;
hubiera, ¡Oh silencio de los que sueñan!
deseado no nacer en el seno de la tierra,
¡Ser canción, acorde fugaz del viento,
noche efímera sin lunas ni cometas,
arpa de el último estío de mi triste ópera!

Melancolía eterna del poeta,
de quien fue y ya no es,
cuando ya las aguas palidecen al reflejo de los astros,
agitando las corolas del océano moribundo.

Melancolía eterna de la noche última,
acariciando los sauces que lloran en los ventanales
las ruinas de un templo de arcilla,
que cae, dejando los cimientos en el barro del alma.

II-

¿Es que no oyes, blanca dama que en tus navíos vuelas,
mi triste despedida, oh noche errante, calles del olvido?
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:55 am

Canciones del principe Belial IV...


Aurora


La tormenta dejaba ver los pliegues del alba,
los campos resplandecían,
en el angostado prado envuelto en luciérnagas;
la calle empapada,
ocasos de tormentas sobre la lontananza.

Yo busqué en ese jardín de orquídeas,
y del simún me quedó la canción,
el martirio de quien busca oro en las estaciones:


La canción del invierno


Ya hablar de escarchas desnuda al rosal,
vanas lumbres me dieron ayer los faros,
¿y porque buscar muerte en ese brezal?

Soy invierno, negro lecho sin ocasos ni amparos,
bebed de mí el licor de sombra de los solitarios,
el agua y la sangre brotando de los empíreos.

Déjame amar poeta el vino del alba
y el dulce canto del guijarro en los campanarios,
suave melodía que al gorrión sabe a salva;

pues sobrevuela mi cresta ese errante fuego,
ese amor, abismo de los tres reinos,
Helusión y negros valles, pájaro ciego.

Déjame amar poeta, soy invierno,
déjame morir en Jerusalén Señor,
que en la piara de los dioses entierren mis huesos, déjame…


Eclipse


Vagaba luna en la noche de las diásporas,
vagaba, siguiendo el martillo de Thor
y las hienas en cuyos hocicos lamían de mi cáncer,
cuando el sol vino a incrustarse en mi frágil pecho,
eclipsando las diáfanas ondas del río del olvido.

En el claro espejo de aquellas aguas bebí olvidos,
marchité besos como lirios en la tormenta,
y aún así no hubo flores que oyeran mis canciones;
morí solitario al pie de un muro de escarchas,
con la mirada perdida en el sibilino cielo…


Esperanza


Y aún me creo luna,
porque vi los querubines mirando mis heridas,
porque al final del cataclismo,
cuando el mar caiga,
y revienten las encinas,
y se revuelvan los océanos,
veré esa parda mirada de mi amante.

Aún me creo estío y primavera,
otoño, invierno y cantar de las sombras;
porque sin vivir al respiro del amor
volqué una tumba como recuerdos en el jardín,
dibujando Babilonias y Sodomas,
poeta creyente, y me arrepiento…

Aún me creo sol,
y en cada raya de plata que doy,
ella sonríe, el alba, y me llama…


Poetas


Veré el resplandor del hacha en mi córnea,
el golpe fatal de la parca sobre mi cuerpo,
Atropos galopando entre las tormentas.

Y en el fin incesante, caminarás Luna
rellenando los huecos de la aurora,
y del poniente,
y de la noche mil veces amada…

¡Oh poeta!
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:56 am

Sobre la piedra de los mártires (tormentos, canciones...)

I-


Enterré mis sueños en sarcófagos polvorientos,
dejando a la aurora el vestido del silencio,
y, un estertor de agonía subió los piélagos,
helando las amapolas del jardín de mi infancia.

¡infancia!

Me alejo como esclavo vil de la poesía,
andando, sigiloso, entre las piedras de los mártires,
¡Y soy yo! ¿Soy yo esta ésta piedra, ésta inerme roca?
¿Soy yo el silencio atroz de la noche solitaria,
la que abate el llanto gris de los viajeros errantes?


II-


Me veo, pálido, entre los despuntes del ocaso,
traigo un lupanar que yace, bajo las espinas,
cuando, el bóreas que promete la esperanza ruin,
me devuelve a la realidad, como un navío que,
ya vuelto a los mares, llora en la lontananza…

Me veo tumbado en mi lecho, en los eucaliptos,
y una brisa matinal, untada en plata y ámbar,
se lleva las hojas, las mañanas y las noches,
el alba almibarado de los poetas, ¿Por qué no?


III-


Veo todos los amaneceres, la sal de los mares,
el céfiro meciendo los cabellos del poniente,
mañanas en cuyo soplo un ave duerme,
en el ciprés,
en el árbol inalcanzable de la sonrisa…

Veo sólo un sopor que, frágil, del lago brota,
¿qué es?

Un muro que se alza trepando hacia los cielos,
y en su sima, un querubín blande el rubí de su arco,
las flechas del imposible,
del eterno nunca jamás de los que sueñan…


IV-


Entierro ya todas mis canciones, mis égoglas,
abro el sarcófago y olvido mis tesoros marchitos;
no tengo el anhelo ni el silbar ronco de los pájaros,
el último coro cesó al morir la luna en el río, en el mar.

Sólo correr buscando la inmensidad de la nada,
siguiendo el rancio olor de las tumbas,
ese anzuelo, carnada hedionda que, como peces,
nos arrastran hacia los tugurios del tormento.

Mas ya no bebo del licor azul de los recuerdos,
ni de los tibios besos de los labios del invierno,
sólo dormir en la orilla del país negro,
la muerte, es sueño que nos llama en el horizonte.


V-


Una tórtola se cierne sobre mi tejado,
se oyen ruidos en el jardín;
el anciano con su guadaña lanza un grito,

¿Qué es? ¿A quién llama mientras silba en la tormenta?


VI-


Entierro el dolor en los vasos de la tierra,
donde maman miel las plagas de la inmundicia,
¡Entierro todas mis canciones, mis sueños!

Quizás, al caer los astros en las praderas, en el estío,
volvamos, oh Calíope, musa mía,
detrás del fuego y de las estaciones…
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:56 am

Sueños (visiones de interminable tristeza)...



Soñé, hoy, mi entierro bajo la imponente lluvia,
los sueños espolvoreados de verdes estrellas
y el estertor de mi agonía en los cabellos del alba;
lumbres diáfanas de descoloridos cielos
en los falsos arco iris del llanto de los cipreses
muertos, que a la tormenta bogan en infaustos torrentes.

Soñé las lágrimas del mar vertiendo las cuencas del alma,
en un sueño de navíos semejantes a cometas
de fuego, cruzando los rotos azules del Empíreo;
los cristalinos castillos de quien halla la calma
en alas de la muerte cuando los sepulcros ve llenos,
o a Satán desmadejando la blanca urna de los versos.
Soñé los lívidos ríos serpenteando hacia el sol,
los burbujeantes puñales que mis llantos dibujan
en cascadas de un poema que anhela el invierno;
las grandes carrozas del adiós de las maltrechas lunas
de los pañuelos fúnebres teñidos de inocencia,
la azulada sangre de vetustas noches y alamedas grises.

Soñé un prismático helecho de lirios perfumados,
miles de colores recorriendo los altos bosques
donde crecen zafiros cual pétalos de estío,
donde sólo las lunas son flores enfermizas
cuyas roncas luces emiten atroces lamentos de agonía
de un poeta muerto en la horca de los delirios.

¡Soñé a las estrellas en dolorosa muerte cayendo!
Coronadas ya de racimos y celestes bergantines,
ya pálidas, marchitas y azotadas por los vientos;
donde un tenue céfiro sopla sus etéreas mansiones
desgajando la luz que cuelgan en las pompas del alba,
cuando la noche viene en pétalos de claveles muertos.

Soñé los versos ser graciosas bolas de nieve,
las estrofas blancos glaciares alzados en inmortales piedras
y el poema entero un aguacero inagotable de versos;
pinté a los recuerdos como errantes navíos
en la mar triste de un poeta gris ya olvidado,
cuando la lluvia galopaba en los rincones de mi sueño.

¡Soñé una vez mas que yo era el invierno
y que mi papel era estío y mis llantos zafiros!
Fue ahí donde hallaba refulgentes lunas
pulidas cual gracioso cetro de un rey coronado;
árboles adornados de blancas y gráciles estrellas,
y soles, y ríos de silencio encallando en los cielos.

Soñé rocas de alabastro golpeando las ventanas,
donde, bajo espesas nieblas como torrentes,
las visiones venían escalonando en mis tintas;
y así un ángel vestido de luto y con verdes arpas
corría los velos del alma desatando los ensueños,
y ellos dormían en la noche trémula del silencio.

Soñé, también, al crepúsculo del color del ónice,
porque la noche, atada en las planicies del cielo,
vertía en mi débil canto los polvos del deceso,
y allí donde era invierno no había ya cometas
cruzando el sendero preparado a los buenos poetas,
ni musas de cartón de rojas luciérnagas coronadas.

¡Soñé la embalsamada noche de los cantores,
las alciónicas perlas que abaten versos,
las calles del mundo abismal del sueño,
donde en las oníricas canciones del Olimpo
serpenteaban las voces de histriónicas nubes,
cayendo como lluvias de fuego en las montañas!

Soñé la destilada esencia de quien enciende cielos,
en el grito desgarrado de brasas en hogueras
de soledad, como lumbres en el arco del mundo;
y quizás lloré tantas aguas que bogué inmenso río,
como las floridas lluvias empalizadas de nieve
que se rejuntan en los mares donde nadie navegó.

He soñado tanto que llenaré inmensos cofres,
como lirios golpean la frente negra de los féretros
ya olvidados, que bajo tierra se ahogan;
¡la mirada perpetuada de interminables anhelos!
¿Es allí donde te ahogas, oh virginal soplo
de eternos sueños, interminable tristeza?
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:57 am

Adiós (tercetos de invierno)...

Desolación


I-

¿Cuánto he de esperar para en tu frente ver
coronadas del alba las blancas hebras de tu lira?
¡Oh musa! ¡En tu cielo mis versos sólo humo deben ser!

¡Sólo nieblas que desmadejan los bosques de ira!
Alcé de los pechos de la muerte el elixir olvidado
del amor, en los blancos altares el mármol de la mentira.

¡Pinté las tumbas del amor en un bosquejo olvidado!
Pintor fui, Da Vinci de los negros páramos del alma,
y supe sollozar en la plaza bajo los muros desolados.

¡Oí las voces del diablo en el monte pidiendo calma!
“Yo te alzaré cuando hayas perecido en la guerra,
bajo histriónicos rayos etéreos levantaré tu arma”

En mis días de llanto bañé un poco más la tierra
de ese agridulce rocío que en los sepulcros se ve,
llené las fuentes del dolor bajo los ríos de la sierra.


II-

¡El dolor de ver morir las pompas del sueño en otoño!
el sueño de versos grises que semejan despedidas
del albor de un diamantino cielo en un frío retoño,

el de ver morir flores violetas en las repetidas
ausencias del alba en los cristales de la mañana,
en alas del rocío bajo muertes florecidas;

y así, danzando la parca llega a mi gris ventana
mientras cava las hondas fosas donde duermen los sueños,
donde anhelan llegar a la dorada umbría lejana.

¡La impaciencia de ver a los lebreles ser dueños
de la planicie del tiempo en los espíritus áridos!
De aquellos que en frascos duermen los ensueños.

¡El asco de ver nieve en jardines de estío cálidos!
De llenar de humo los pulmones de la desolación,
o de ver rubios claveles en el campo, pálidos.


III-

¡Un gran destello corre a exiliarse en los valles!
Se aleja ya, con el último soplo del día,
y Selene se instala en los altísimos muelles.

Corro como Febo pero no hallo el mediodía,
desentierro arpas olvidados en mi tierra helada
de infaustos navíos que exhalan al alba fría;

¡Encuentro el abismo en acordes de una triste balada!
Y me hundo en el elixir del llanto, ¡oh ríos!,
donde busco el incienso último de la alborada.

¡Mis musas son las tardes de lágrimas bajo rayos fríos!
Mis liras son los blancos muelles de desolación
de aquellas mañanas en que se refugian los estíos;

de aquellos breves destellos de gris contemplación
en que llaman los vientos a las musas del Olimpo;
¿será para mí que en el monte suena esa canción?


Lágrimas


I-

Allá, lejos, serpenteando como un fangoso Leteo
los recuerdos corren, entre las aguas pálidas
lirios brotan, claveles torcidos; ¡Oh vil deseo!

¡Cuan falsas, remotas, me saben las aguas cálidas!
¡Y cuantas veces se debe así morir!
De nácar me embriagan los soles, de lunas áridas.

Lozanos estíos que en mi vienen a vivir,
glaciares que se alzan en archipiélagos muertos,
miles de astros; ¡Trémula noche de quien no puede seguir!

¿No son éstos aurora tus blanquísimos puertos?
¿No son tus rayos éstos, alba de llanto eterno,
rueda del céfiro, donde mueren mis sueños inciertos?

Volverá la nieve, felpas tejiendo hebras del averno,
echarán al fuego las rojas tórtolas del alba;
tristeza, amiga mía, ¿Es ya invierno?


II-


¡Invierno! ¡Triste abrigo de las estaciones!
Un laúd zarpa junto a los buques del silencio,
acordes que se van, en tristes canciones.

Copos de nieve gris cayendo en alud inmenso,
como lunas de hielo, borrascas de estío;
olvidados oboes que se alzan en grutas de incienso.

¿No viste de nácar la noche, blanquísimo río?
Cibeles murió, de lirios tiñendo su frente amoratada,
y el Bóreas de escarchas pintó al corazón frío.

¡Invierno! ¿Puedo morir en tu blanca helada?
¿Podré en tus hielos soñar de poeta un sueño,
falsos anhelos de una noche de Julio callada?

¡Ya no podré, nunca fui un pájaro risueño!
Sólo tengo el áspid entre las manos sangrando,
y bebo, aguas de llanto en mares de ensueño.


Despedida


I-

He oído ya el moribundo susurro del estío,
el eterno y lóbregue estertor de las sombras del valle;
he llamado al fin de las tardes ahogándome en el río.

Palidecí cual lirio en mi fosa bajo el gran muelle;
en el otoño de los féretros, bajo el imponente astro
sollocé a la muerte, y caí como un mendigo en la calle.

Aún hoy veo las dunas caídas en los montes de alabastro
o a las brisas de la mañana palidecer en las ventanas;
oigo aún los tibios acordes descendiendo a mi antro.

Oigo aún el aullido de muerte y el tintineo de las campanas
del bosque; o al sol cayendo en el monte, cuyo fulgor viste
el abismo de inciensos muertos en las tristes mañanas.

¡Ya es invierno! Y agonizan los senderos bajo el crepúsculo triste,
y oyen los lirios del muelle al navío que parte hacia alta mar;
y el rocío lagrimea al alba como un sol que a la noche resiste.


II-

Va blandiendo la noche el puñal que a los ojos hiere,
sólo lágrimas son mis versos en un papel condenado;
en tintas de un espectro que lentamente muere.

Mas son acordes fríos en canciones de un abismo despeñado
bajo tristes laúdes, los que en mis noches cantan,
y el zorzal permanece en el ciprés aterido, callado.

Son efímeros los viajes de alcohol que al olvido me atan;
falsos elixires de un sueño dormido en la tumba de lo incierto,
cuyo pueblo de ángeles grandes telarañas de ensueño desatan.

¡Ya es otoño! Ya está el navío con el manto crepuscular cubierto;
Así me despido del sol, que en los campos su bendición reparte.
Dejo a los lirios mi arpa cansada, en las tumbas mi libro abierto.

Brama el mar bajo los faros, la luna sus fulgores vierte;
Los verdores del monte despiertan las luces del campanario.
Claveles sollozan al alba, el rocío trae en alas el deceso, la muerte.
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Mensaje por SEPI administracion Vie Oct 31, 2008 8:57 am

En la noche, reflejo de sombras…



Yo, como la noche, duermo rozando los astros
y cometas erguidos en lo ancho de los cielos;
yo bebo del vino espolvoreado de camastros
y del aroma a nepente que surca los hielos,
y me alimento de la húmeda hiel del alabastro.

Yo como del almizcle azul de sonrisa,
del pan azucarado de las estrellas,
y veo cruzar por los jardines la frágil brisa
de la mañana, como el alción que, a prisa,
se lleva mis noches y el sopor de mis huellas.

Yo aún conozco el abrazo santo del estío
y la mueca de las aves en invierno;
yo aún puedo escarcharme en el frío
y dormitar con el alba en el lecho eterno,
hasta ver el espejo de los peces en los ríos.

Yo puedo, como la lluvia, bañar de melancolía
las plazas por donde deambula el guijarro,
alzarme por las nubes en las alas de un carro
y contemplar la aurora al venir del día,
beber del rocío y del almíbar del ocaso.

Yo podría musa, arrancar el nervio de mis ojos,
dárselo a los buitres del campanario
y que devoren el ardid de mi carne latente;
escupir un lago de azufre en tu larario
y esperar el incesante llanto del poniente.

¡Aún canto!:
Puñales como céfiros,
Planetas sin brumas,
Mares de negra espuma,
¡Adiós, ojos de zafiro!

Yo, como la noche, disparo la luz de los muertos,
porque nací en el silencio de las mareas
y en el regocijo de las bestias y quimeras…
pero ya me voy, arrojando en lontananza
el tumultuoso oleaje del mar sobre los puertos.
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