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Mensaje por BIBLIOTECARIA (O) Miér Nov 19, 2008 10:54 am

Teatro Onírico:


I- Vida y muerte de la mariposa.



A la mariposa no le gustaba verse sola en el capullo y no tener alas, pero recordó un rato antes el pozo en el que se había visto. Era como en un sueño, pero no entendía lo que veía: brumas blancas y bosques interminables de vegetación tupida; estanques de aguas vaporosas; árboles de humo y pájaros quietos en la sombra de los nenúfares. Pero los pájaros no cantaban: ni siquiera se movían. La vegetación tan verde se aquietaba en el viento ausente recorriendo el rocío, el vapor volátil que los estanques arrojaban en el suelo. Las algas partían del río cuesta arriba, aferrándose a los cipreses.

Había tanto ruido y a la vez el silencio. El silencio arraigado desde la tierra que a la vez no era tierra, en el agua que a la vez no era y en todo el murmullo que se ensañaba en la completa soledad. Porque en realidad todo lo que había ahí no era, no existía. No era tampoco un sueño, porque en los sueños a veces es tangible el silencio, la tierra, el aire. Ni siquiera existían las brumas y los bosques, y todo lo que la mariposa veía era una invención de la nada, pues ella tampoco existía. Aún no había nacido.

Este estar y no existir la llevó a flotar en algo que parecía un lago, y algo que había en todo el azul, al brillar, reflejaba del otro lado del agua un pozo enorme. Después las corrientes las arrastraron hasta el pozo y fue tragada junto con todo ese mundo inexistente que la rodeaba. Podría decirse que de alguna manera inconsciente conoció la eternidad, la nada interminable que nunca empieza y que a la vez nunca acaba.
Del otro lado de la Tierra, acá, donde el tiempo existe y corre y la hojarasca rueda, y el viento sopla, acá donde todo ser vivo siente el tenaz paso de las horas y ve como su rostro se cubre de arrugas, comenzaba la primavera.

La luz del sol se vio a primera hora del alba rociando los pastizales y jardines, y el rosal y los geranios vieron nacer sus primeros pétalos. Los grillos despertaron y hubo caravanas de caracoles trepando los árboles. El día nació como el cuadro de algún loco pintor. Pero no había pasado el momento eterno para la mariposa, y luego de salir del pozo quedó en un valle entre los musgos, sintiendo el viento de su vida que iba a comenzar. Ese otro escenario era aún más ensoñador.

Tan pronto como cayó entre los musgos del suelo, varias enredaderas lo atraparon haciéndolo girar por un camino en espiral hasta que, llegando al techo de una gran masa vidriosa, ciertos seres lo envolvieron en una tela. Después terminó hundiéndose en el agua estancada. Así fue que cayó de nuevo en un pozo, y ahí en donde quedó nacieron luego racimos de tréboles y oquedales de primavera. Todo había comenzado.

En la Tierra, ya comenzada la mañana y con la luz del sol ya plena, con el rocío evaporándose para convertirse en suave brisa, en el árbol, en el ciprés donde la reina mariposa cosechó vida, el capullo comenzó a moverse. Primero hubo un desliz de la hoja reseca que quedó del otoño y un rumor de libélulas que miraban con recelo. Mas abajo se detuvo el montón de hormigas en el césped que curiosas observaban, y palomas que venían del sur a mirar el nacimiento. ¡Que impresionante era todo aquello! Pues no hay nada más puro que algo que recién nace. Una criatura que, como la mariposa, siendo tan efímera es a la vez tan pura; como todas las criaturas que existen, pues lo único que hay en ellas es pureza inocencia.

Para ese entonces el sol había declinado un poco su luz debido a algunas nubes que lo cubrían, pero antes de llegar el mediodía se dejó ver de nuevo. Así fue que un tenue rayo cayó sobre el árbol donde se encontraba el capullo, y en sólo un instante salió el ave de colores abriendo sus alas majestuosas. Entonces las hormigas y los caracoles siguieron su rumbo, y los vientos acompañaron en el vuelo a la mariposa hasta que ésta falleció.

A la mañana seguiste hacía frío y marché hacia el parque en donde decían que había nacido la mariposa. Busqué entre las hojas secas y entre los arbustos y oquedales pero no encontré nada. Cuando quise partir vi que de la tierra brotaba un geranio de muchos colores, y después comprendí que ahí era donde había muerto aquélla. Mas tarde cuando salí del parque la vi: en la alfombra de los lirios yacía, con las alas aún un poco vivas, ya que habían volado hasta hace algunas horas.

Un pequeño aire de tristeza me invadió al pensar en todo el proceso por el que tuvo que pasar para vivir tan sólo un día, que su agonía habría sido quizás mas larga que su propia vida. También pensé en si habrá después del sueño algo parecido a aquél mundo de brumas y estanques en el que había vivido la mariposa antes de nacer.
En realidad todo esto no me incumbía, puesto que no existía.

Por el fondo del valle me marché caminando.
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Mensaje por BIBLIOTECARIA (O) Vie Jun 12, 2009 10:31 am

Parte I : El avistamiento

-El “transporte fantasma” fue visto por primera vez en la medianoche del 28 de Octubre. Corría la primavera, pero aquella víspera hacía frío, y la soledad azotaba al pequeño pueblo de Baldín, cercano a una gran playa. Cuentan algunos habitantes que a eso de las 23 HS los relojes se detuvieron por algunos minutos, y al comenzar de nuevo el conteo avanzaron una hora, empezando a las 00 AM del día miércoles. A esa hora dicen haber visto algo que parecía un colectivo, salvo que flotaba a mas o menos un metro del suelo, y su aspecto algo borroso, como envuelto en niebla, hubiera podido convencer hasta al mas escéptico. El vehículo iba manejado por un hombre de pelo largo que parecía palidecer a medida que avanzaba, y los pasajeros iban tan quietos que parecían ya muertos. El terror paralizó al pueblo durante casi un mes, y el relato de los lugareños cubrió las primeras planas de los diarios. Con el paso del tiempo la historia de estos “fantasmas” se convirtió en leyenda. La paz reinó de nuevo en el pueblo y los supuestos testigos del suceso fueron acusados de locos.


I- El avistamiento


Juan debía de viajar, como todas las noches, a eso de las 22 HS para ir a trabajar. Se había acostumbrado a dejar de caminar, y el transporte era lo más económico en el pueblo. La distancia que separaba a su hogar del centro no era muy larga, pero como a todos, la noche le parecía mas apta para el sueño que para las caminatas.
El día anterior casi no había dormido. Ocupando el tiempo en lecturas de revistas y libros viejos que había abandonado, se olvidó de dormir. Nadie se hallaba en su casa ya que todos habían viajado hacía varios días. Tenía ganas de ir a la playa a tomar algo, pero el trabajo se lo impedía. También se lo impedía el hecho de estar solo. Si hubiera sido una de esas noches para el en que gusta de estar con la sola compañía del viento, o simplemente escuchando el canto de un pájaro, hubiera marchado. Además se sentía mas abrumado que de costumbre. Cuando se decidió a salir, la niebla había cubierto ya gran parte del aire y el viento golpeaba fríamente en su rostro. Desde el sur el aire se olía raro.
Salió caminando por el pavimento y dobló hacia la izquierda por la calle de tierra y siguió unos 200 metros. A una cuadra de la parada del colectivo no había muchas casas, y era raro ver a esas horas gente deambulando. Cuando llegó a la esquina le llamó la atención un automóvil que se encontraba solo al costado de la ruta, con las luces prendidas. Enseguida pensó en un accidente y quiso acercarse a ayudar, pero vio que salía un hombre del vehículo.

-...Abrirán sus bocas las plagas del abismo...-

El hombre, de una estatura muy pequeña, llevaba algo que parecía una linterna en la mano, con la que alumbró la parte trasera del auto antes de abrir el baúl. Después de abrir la parte de atrás agachó la cabeza y sucedió algo increíble: el hombre se arrancó el cuero cabelludo, dejándose la cabeza en carne viva, y acto seguido sacó de adentro del coche algo así como un montón de cabello humano y se lo colocó en la cabeza, mirando hacia arriba y gritando como un condenado. Juan sintió desmayarse del pánico y se escondió detrás del tronco de un árbol, pero sin dejar de mirar aquel grotesco espectáculo. Después de que hubo dejado de blasfemar, abrió las puertas de atrás del vehículo y sacó una marioneta. Esta parecía estar viva, pues podía escucharse algo como si fuera su respiración. Antes de cerrar las puertas sacó del baúl unos cuantos trajes ridículos y una sierra, y colocó a la marioneta en el techo del automóvil. Entonces vio la cabeza del títere rodar por la tierra. Luego tiró al desgraciado muñeco de nuevo atrás y se metió en el coche. Para sorpresa de Juan, éste dio un giro rápido y se encaminó hacia el lugar donde estaba el, sin darle tiempo a correr, embistiendo el árbol que lo cubría. En ese momento creyó morir, pero tuvo tiempo de tirarse a un costado y esquivar la arremetida.
Quizás tuvo un desvanecimiento, pero despertó como a la media hora. El pasto olía a húmedo y la niebla tapaba casi todo alrededor, excepto al auto que parecía, por el color, estar vivo. Se estremeció de miedo y quiso gritar, pero se contuvo pensando en que si el engendro no estaba muerto y dormía, podría despertarse. Lo que mas le horrorizo era la idea de estar solo ahí, y el hecho de que nadie hubo escuchado el impacto. Se quedó quieto un buen rato en el suelo, y como no oyó ningún ruido se levantó. Había olor a quemado, pero el coche no tenía ningún indicio de incendio. Agarró la navaja del bolsillo izquierdo de la camisa y la sostuvo con fuerza antes de acercarse. Estaba preparado para asesinar a ese demente, pero lo que vio lo completó del horror que le faltaba: el coche estaba vacío. Ni una prenda, nada. Es mas, ni siquiera tenía asientos, ni volante, ni vidrio. Ese automóvil se encontraba abandonado desde hacía ya décadas, y ya en todo el pueblo sabían que debajo de esa tierra asquerosa se hallaban los restos de las más abominables personas.
El miedo ya era demasiado para el, pero quiso igual espiar adentro. Buscó entre las telarañas y la basura y encontró una caja, parecida a una de esas cajitas musicales. La abrió y salió un muñeco en miniatura asqueroso, manchado de sangre. Después no pudo dar crédito a lo que vio: dentro del muñeco estaba escrito su nombre. No resistió la presión y cayó hacia atrás, golpeándose la nuca con las raíces del árbol. Entre la hierba mojada y el sudor de la noche quedó desmayado.

-…Duérmete niño, duérmete ya…-

Desde el centro del pueblo se veía el cielo violeta cargado de llovizna, apaciguado por el canto de los grillos.
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Mensaje por BIBLIOTECARIA (O) Miér Jul 01, 2009 7:25 pm

El avistamiento


El “transporte fantasma” fue visto por primera vez en la medianoche del 28 de Octubre. Corría la primavera, pero aquella víspera hacía frío, y la soledad azotaba al pequeño pueblo de Baldín, cercano a una gran playa. Cuentan algunos habitantes que a eso de las 23 HS los relojes se detuvieron por algunos minutos, y al comenzar de nuevo el conteo avanzaron una hora, empezando a las 00 AM del día miércoles. A esa hora dicen haber visto algo que parecía un colectivo, salvo que flotaba a mas o menos un metro del suelo, y su aspecto algo borroso, como envuelto en niebla, hubiera podido convencer hasta al mas escéptico. El vehículo iba manejado por un hombre de pelo largo que parecía palidecer a medida que avanzaba, y los pasajeros iban tan quietos que parecían ya muertos. El terror paralizó al pueblo durante casi un mes, y el relato de los lugareños cubrió las primeras planas de los diarios. Con el paso del tiempo la historia de estos “fantasmas” se convirtió en leyenda. La paz reinó de nuevo en el pueblo y los supuestos testigos del suceso fueron acusados de locos.


I- El avistamiento


Juan debía de viajar, como todas las noches, a eso de las 22 HS para ir a trabajar. Se había acostumbrado a dejar de caminar, y el transporte era lo más económico en el pueblo. La distancia que separaba a su hogar del centro no era muy larga, pero como a todos, la noche le parecía mas apta para el sueño que para las caminatas.
El día anterior casi no había dormido. Ocupando el tiempo en lecturas de revistas y libros viejos que había abandonado, se olvidó de dormir. Nadie se hallaba en su casa ya que todos habían viajado hacía varios días. Tenía ganas de ir a la playa a tomar algo, pero el trabajo se lo impedía. También se lo impedía el hecho de estar solo. Si hubiera sido una de esas noches para el en que gusta de estar con la sola compañía del viento, o simplemente escuchando el canto de un pájaro, hubiera marchado. Además se sentía mas abrumado que de costumbre. Cuando se decidió a salir, la niebla había cubierto ya gran parte del aire y el viento golpeaba fríamente en su rostro. Desde el sur el aire se olía raro.
Salió caminando por el pavimento y dobló hacia la izquierda por la calle de tierra y siguió unos 200 metros. A una cuadra de la parada del colectivo no había muchas casas, y era raro ver a esas horas gente deambulando. Cuando llegó a la esquina le llamó la atención un automóvil que se encontraba solo al costado de la ruta, con las luces prendidas. Enseguida pensó en un accidente y quiso acercarse a ayudar, pero vio que salía un hombre del vehículo.

-...Abrirán sus bocas las plagas del abismo...-

El hombre, de una estatura muy pequeña, llevaba algo que parecía una linterna en la mano, con la que alumbró la parte trasera del auto antes de abrir el baúl. Después de abrir la parte de atrás agachó la cabeza y sucedió algo increíble: el hombre se arrancó el cuero cabelludo, dejándose la cabeza en carne viva, y acto seguido sacó de adentro del coche algo así como un montón de cabello humano y se lo colocó en la cabeza, mirando hacia arriba y gritando como un condenado. Juan sintió desmayarse del pánico y se escondió detrás del tronco de un árbol, pero sin dejar de mirar aquel grotesco espectáculo. Después de que hubo dejado de blasfemar, abrió las puertas de atrás del vehículo y sacó una marioneta. Esta parecía estar viva, pues podía escucharse algo como si fuera su respiración. Antes de cerrar las puertas sacó del baúl unos cuantos trajes ridículos y una sierra, y colocó a la marioneta en el techo del automóvil. Entonces vio la cabeza del títere rodar por la tierra. Luego tiró al desgraciado muñeco de nuevo atrás y se metió en el coche. Para sorpresa de Juan, éste dio un giro rápido y se encaminó hacia el lugar donde estaba el, sin darle tiempo a correr, embistiendo el árbol que lo cubría. En ese momento creyó morir, pero tuvo tiempo de tirarse a un costado y esquivar la arremetida.
Quizás tuvo un desvanecimiento, pero despertó como a la media hora. El pasto olía a húmedo y la niebla tapaba casi todo alrededor, excepto al auto que parecía, por el color, estar vivo. Se estremeció de miedo y quiso gritar, pero se contuvo pensando en que si el engendro no estaba muerto y dormía, podría despertarse. Lo que mas le horrorizo era la idea de estar solo ahí, y el hecho de que nadie hubo escuchado el impacto. Se quedó quieto un buen rato en el suelo, y como no oyó ningún ruido se levantó. Había olor a quemado, pero el coche no tenía ningún indicio de incendio. Agarró la navaja del bolsillo izquierdo de la camisa y la sostuvo con fuerza antes de acercarse. Estaba preparado para asesinar a ese demente, pero lo que vio lo completó del horror que le faltaba: el coche estaba vacío. Ni una prenda, nada. Es mas, ni siquiera tenía asientos, ni volante, ni vidrio. Ese automóvil se encontraba abandonado desde hacía ya décadas, y ya en todo el pueblo sabían que debajo de esa tierra asquerosa se hallaban los restos de las más abominables personas.
El miedo ya era demasiado para el, pero quiso igual espiar adentro. Buscó entre las telarañas y la basura y encontró una caja, parecida a una de esas cajitas musicales. La abrió y salió un muñeco en miniatura asqueroso, manchado de sangre. Después no pudo dar crédito a lo que vio: dentro del muñeco estaba escrito su nombre. No resistió la presión y cayó hacia atrás, golpeándose la nuca con las raíces del árbol. Entre la hierba mojada y el sudor de la noche quedó desmayado.

-…Duérmete niño, duérmete ya…-

Desde el centro del pueblo se veía el cielo violeta cargado de llovizna, apaciguado por el canto de los grillos.
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