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RAINER MARIA RILKE

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Mensaje por BIBLIOTECARIA (O) Dom Nov 02, 2008 6:34 am

SONETOS A ORFEO

I

¡Y un árbol se elevó!. ¡Oh, ascenso puro!.
¡Orfeo canta!. ¡Oh, árbol en mi oído!.
Se hizo silencio. Y hasta en él, no obstante,
hubo un nuevo comienzo: signo y cambio.

Del claro bosque, bestias de silencio
salieron de sus nidos y guaridas;
y entonces ocurrió que no por miedo
ni por ardid se estaban tan calladas,

sino por escuchar. Gritos, rugidos,
parecían mezquinos a sus pechos.
Y donde había apenas una choza

para acogerlo, cueva del deseo
con entrada de estacas tambaleantes,
ahí, les creaste un templo en el oído.


II

Y era casi una niña. Y levantándose
de esta dicha sin par de canto y lira,
brillo clara en sus velos matinales
mientras se hacia tálamo en mi oído.

Y en mí durmióse. Y todo era un sueño:
el soto que admiraba, la sentida
pradera, esta sensible lontananza
y también cada asombro que me hería.

Dormía el mundo. Dios cantor, di, ¿cómo
la has hecho tan perfecta que enseguida
no pidió despertar?. Nació y durmióse.

¿Dónde su muerte está?. ¡Oh!. ¿Antes que calle
tu voz descubrirás ese motivo?
¿Dónde, al caer de mí?. Casi una niña...


III

Un dios lo puede. Pero, dime, ¿cómo
ha de seguirlo un hombre con su lira?
Un desacuerdo es él. Donde se cruzan
dos corazones no hay un templo de Apolo.

El canto, como enseñas, no es deseo,
ni afán tras una cosa al fin tenida.
El canto es existir. Para el dios, fácil.
Mas, ¿cuándo somos?. Y ¿cuándo él nos vuelve

a nuestro ser la tierra y las estrellas?
No basta, joven con amar, aún cuando
pugne la voz contra tu boca...aprende

a olvidar que has cantado. El grito pasa.
A la verdad, cantar es otro soplo:
en torno a nada. Un vuelo en Dios. Un viento.


IV

¡Oh, vosotros, tiernos!. Una que otra vez
entrad en el hálito que no os tiene en cuenta:
que un vuestras mejillas se divida y tiemble,
reunido de nuevo, detrás de vosotros.

¡Oh, los venturosos!.¡Oh, los salvos, que
sois como el preludio de los corazones!
Arcos de las flechas y blancos de las flechas,
vuestra risa en lagrimas brilla más eterna.

No temáis las penas sufrir; a la tierra
devolvedle el peso de la gravedad.
Graves son los montes, graves son los mares.

Aún los que de niños plantasteis, los árboles,
se han vuelto asaz graves para soportarlos.
¡Ah!...Pero los aires...Pero los espacios...


V

¡No le erijáis estelas!. Que la rosa
no más florezca en su loor cada año.
Porque es Orfeo. Su metamorfosis
se ve en esto y aquello. ¿A qué empeñarnos

por otros hombres?. De una vez por todas,
es Orfeo quien canta. Viene y váse.
¿No basta ya que el cáliz de la rosa
sobreviva unos días muchas veces?.

¡Cómo habéis de entender que él se disipe!
Aunque lo arredre a él mismo disiparse.
Mientras aquí su canto aún se prolonga,

llega a un lugar que no alcanzáis. Las cuerdas
de la lira no estorban sus manos.
Y en tanto llega más allá, obedece.


VI

¿No es él uno de aquí?. No, los dos reinos
su vasto ser nutrieron. Con más arte,
doblaría los gajos de los sauces
quien también sus raíces conociera.

No dejéis en la mesa, al acostaros,
ni pan ni leche; atraen a los muertos.
Pero él, en cambio, hechizador, que mezcle
bajo la dulce calma de sus párpados

a toda cosa vista su presencia;
y que la magia de fumaria y ruda
le sea real como el más claro vínculo.

Nada ajar puede su valiosa imagen...
Y ya sea en las tumbas o aposentos
celebre la sortija, el broche, el cántaro...


VII

¡La cosa es celebrar!. Uno, elegido,
surge como la mena de la roca.
Su corazón...¡lagar perecedero
de un vino inacabable para el hombre!

Nunca la voz le falla junto al polvo
cuando el divino ejemplo lo transporta.
Todo se cambia en vida, la vid en uva
madura en su sensible mediodía.

A su celebración no la desmienten
ni las regias carroñas de las tumbas,
ni la sombra que cae de los dioses.

Él es un mensajero que perdura.
Y más allá, en el reino de los muertos,
alza las copas de gloriosas frutas.


VIII

Tan sólo en ese espacio puede, ninfa
de la llorada fuente, andar la Queja,
para velar que el sedimento nuestro
se clarifique ante la misma roca

que sostiene los pórticos y altares.
¡Cómo en redor de sus callados hombros
florece el sentimiento, que es, de todas
las hermanas en alma, la más joven!.

Sabe el Placer, confiesa la Nostalgia.
La Queja aprende aún. Su mal antiguo
con manos mozas en las noches cuenta.

Pero de pronto, sesga y desmañada,
de nuestra voz una constelación
levanta al cielo, que no empaña su hálito.


IX

Sólo quien ya alzó la lira
hasta en medio de las sombras,
puede el elogio infinito
presentir y proclamar.

Sólo quien contó amapolas
con los muerto, de las suyas,
ni el acorde más ligero
se ha de perder otra vez.

Si en el estanque a menudo
se nos diluye el reflejo:
ten la imagen.

Recién en la doble esfera
se harán las voces
dulces y eternas.


X

Os saludo a vosotros, viejos sarcófagos
que no dejasteis nunca de conmoverme,
a los que el agua alegre de eras romanas
como una peregrina canción recorre.

O a esos tan abiertos como los ojos
de un pastor que despierta contento y mira
-dentro lleno de lamios y de silencio-,
de los que huyen, extáticas, las mariposas.

A todos los que de la duda la ciencia arranca;
a todos os saludo, bocas reabiertas
que ya supieron cuánto vale el silencio.

¿Lo sabemos, amigos?.¿No lo sabemos?.
Una cosa y otra crean la hora
vacilante en el rostro de los humanos.


XI

Mira al cielo. ¿Ni una constelación llámase del “Caballero”?
Pues está este orgullo de ser tierra, a fondo
grabado en nosotros. Y un segundo orgullo,
al que aquél conduce, lo excita y refrena.

¿No es así, hostigada y al punto domada,
la naturaleza nervuda del ser?
Camino y recodo. Pero una presión los aviene.
Nueva lejanía. Y los dos son uno.

Mas, ¿lo son?. ¿O sólo de consuno piensan
el camino que hacen? Ya los diferencia
de modo indecible mesa y pradería.

Y también la alianza de estrellas engaña.
Sin embargo, ahora gocemos un rato
En creer de veras la figura. Basta.


XII

¡Salve al espíritu que unirnos pueda!
Porque en verdad vivimos en figuras.
Y junto a nuestro día verdadero
con breve paso los relojes marchan.

Sin conocer nuestro lugar exacto,
se funda nuestra acción en lazos reales.
A las antenas las antenas sienten
y se cargó la hueca lejanía..

¡Pura tensión! ¡Oh, ritmo de las fuerzas!
¿No se alejaría de ti cualquier trastorno
si de tareas fáciles te ocupas?.

Por más que el labrador cuide y labore
donde en verano se transforma el germen
no lo alcanza jamás. Lo da la tierra.


XIII

Manzana llena, pera y plátano...Grosella...
Todo ello en la boca
te habla de vida y muerte cada vez...Lo presiento...
Leedlo en el semblante y en los ojos del niño

cuando las paladea. Y esto viene de lejos.
¿ No se os vuelve en la boca lentamente indecible?
Donde había palabras fluyen ahora hallazgos
que suelta, sorprendida, la carne de las frutas.

A decir atreveos lo que llamáis manzanas.
Esta dulzura suya que silenciosamente
se erige al paladearla, tan sólo se condensa

para volverse clara, despierta y transparente,
de dos significados, solar, terrena, aquende.
¡Oh, experiencia, contacto, deleite!...¡Formidable!.


XIV

Traficamos con flor, pámpano y fruta.
No hablan sólo el lenguaje de los tiempos.
Se eleva una policroma apariencia
que en su esplendor la envidia de los muertos

lleva quizás, los que a la tierra nutren.
¿Sabemos cuánto en ella participan?
Desde hace mucho es su manera al barro
con su médula suelta fecundar.

Pero hay que preguntar ¿lo hacen con gusto?
¿Cerrada en puño irrumpe hasta nosotros,
sus amos, esta fruta, obra de esclavos?.

¿O los que duermen junto a las raíces
los amos son y de sus sobras dannos
esta entrecosa de vigor y besos?.


XV

Esperad. Esto sabe...Ya se escapa...
Música apenas, pasos, tarareos...
Danzad, muchachas mudas y ardorosas,
de las probadas frutas del sabor.

La naranja, danzad. ¡Quién no recuerda
cómo anegándose defiéndese ella
de su propio dulzor!. La habéis tenido.
Se convirtió a vosotras exquisita.

La naranja, danzad. Echaos fuera
la luz de este país para que irradie
los aires de la patria. Enardecidas,

sacad todo su aroma. Emparentaos
con la cáscara pura que se niega,
con el jugo que llena a esta dichosa.


XVI

Tú, amigo mío, estás a solas porque, porque...
Nos apropiamos de este mundo con palabras
y con señales de los dedos,
quizá la parte más mezquina y peligrosa.

¿Quién con los dedos un olor señalaría?
Mas, de las fuerzas que nos han amenazado
sientes a muchas...y conoces a los muertos
y ante la mágica sentencia te amedrentas.

Mira, se trata de soportar juntos ahora
piezas y partes como un todo. Socorrerte,
será difícil. Ante todo: no me plantes

dentro de ti, que crecería asaz de prisa. Sólo quiero
guiar la mano de mi señor para decirle:
Aquí señor. Es Esaú con su pelleja.


XVII

En lo más profundo, confuso, el abuelo,
la raíz de todos
los seres formados, manantial secreto
que nunca miraron.

Casco de rebato, corneta de caza,
sentencia de ancianos,
hombres con la furia hermanos, mujeres
que fingen laúdes.

Gajos que se empujan con los otros gajos;
ni un ramo más libre.
¡Uno!. Sube...¡Oh, sube!.

Pero al fin se quiebra.
Este, sin embargo, se eleva entre todos
y se curva en lira.


XVIII

¿No oyes, Señor, a lo nuevo
crujir, temblar?.
Llegan los anunciadores
que lo exaltan.

Verdad que ningún oído
está a salvo del estruendo;
t no obstante, lo mecánico
quiere alabanzas ahora.

Mira la máquina: ¡Cómo
se revuelca y venga!.¡Cómo
nos desfigura y agobia!.

Aunque nos debe a nosotros
toda su fuerza, impasible,
funciona y sirve.


XIX

Cambia el mundo prestamente
como figuras de nubes,
todo lo acabado cae
al seno de lo vetusto.

Por sobre el cambio y el ímpetu,
más vasto y libre
resuena aún tu preludio,
dios de la lira.

Las penas no son conscientes,
ni el amor es aprendido,
ni se sabe qué en la muerte

nos separa.
Tan sólo el canto celebra
y santifica.


XX

¿Dime, Señor, qué he de ofrendarte?¿A ti,
que enseñaste el oír a las criaturas?
Mi recuerdo de un día de primavera:
atardecía en Rusia... Y un caballo...

Venía solo de la aldea, el blanco
con la estaca en la traba de las manos
a estar solo, de noche, en las praderas.
¡Cómo las ondas de su crin golpeaban

en su pescuezo al ritmo de su brío,
en su galope a saltos, estorbado!
Su sangre de corcel, ¡cómo latía!

Sentía, sí, la inmensidad...Y ¡Cómo!
Cantaba, oía...el ciclo de tus fábulas
se cerró en él.
Su estampa: Te la ofrendo.


XXI

La primavera ha vuelto. Como niña
que sabe poesías es la tierra.
Sabe una infinidad...Por el esfuerzo
de este largo aprender recibe un premio.

Duro fue su maestro. Desearíamos
el blanco de la barba de este anciano.
Podemos preguntarle por el nombre
del verde, del azul: ¡Ella lo sabe!.

Tierra feliz, de vacaciones, juega
con los niños. Queremos atraparte
y lo hará el más alegre. ¡Oh, tierra alegre!.

Cuando el maestro le enseño, lo múltiple,
cuanto en raíces y torcidos troncos,
está como grabado: ¡Ella lo canta!.

XXII

Somos los impulsivos.
Pero el correr del tiempo
no lo tengáis en cuenta
frente a lo que perdura.

Todo lo que es de prisa
ya habrá pasado;
tan sólo lo durable
podrá iniciarnos.

¡No os arriesguéis, muchachos,
tras la premura,
ni tras el vuelo!.

Todo está en calma; sombras
y claridades,
la flor y el libro.


XXIII

¡Oh, sólo entonces, cuando el vuelo
ya no se eleve por capricho
a los silencios de los cielos,
para jugar, dentro de sí,

con los perfiles luminosos
al favorito de los vientos,
como instrumento bien logrado
flotando esbelto y decidido,

sólo recién cuando un fin puro
de los crecientes aparatos
venza el orgullo de muchacho,

será, abrumado de ganancia,
aquél que rasa lejanías
lo que en el vuelo alcance solo!


XXIV

¿Debemos repudiarlos a los viejos amigos
los grandes dioses nunca majaderos, porque hoy
el acero que graves moldeamos, los ignora?
¿O quizás de improviso buscarlos en un mapa?

Estos fuertes amigos que a los muertos nos quitan,
no tocan nuestras ruedas. Distantes mantenemos
los convites...los baños. Desde hace mucho tiempo
nos son sus mensajeros en demasía tardos;

siempre los superamos. Y cada vez más solos
y más necesitados unos de otros y extraños,
no hacemos ya las sendas cual meandros, sino rectas.

Y sólo en las calderas arden los viejos fuegos
y levantan martillos cada vez más pesados.
Pero perdemos fuerzas como los nadadores.


XXV

¡Quiero evocarte una vez más ahora! ¡A ti, que conocía
como una flor temprana cuyo nombre no tengo en la memoria!
Y mostrarte una vez ante los otros, a ti ¡la arrebatada!
Hermosa compañera de infancia, del grito insuperable.

Danzarina primero, de improviso su cuerpo vacilante
se contuvo y paró, como vaciada su juventud en bronce;
toda de duelo y el oído atento...Fue pues cuando la música
cayó en su corazón transfigurado desde los altos cielos.

La enfermedad rondábala de cerca. Ya presa de las sombras,
la asfixiaba su sangre oscurecida. Y sin embargo, no era
más que un vano temor: su primavera de nuevo renacía.

Y por la sombra y la caída a ratos interrumpido, un brillo
terrestre le volvía. Hasta que horribles latidos la crisparon
y franqueó la puerta inconsolable, terriblemente abierta.


XXVI

Pero Tú, Divino, cuya voz al cabo siguió resonando
cuando de las Ménades, que Tú desdeñaras, te asaltó el enjambre;
con tu melodía la enconada grita venciste, ¡oh, Hermoso!
tu juego fecundo se elevó por sobre las demoledoras.

Pues ninguna pudo romperte la lira ni herir tu cabeza,
por más que pugnaran y se enfurecieran y contra tu pecho
te arrojaran todas las piedras filosas, que al rozar contigo
se volvían toda dulzura y al punto dotadas de oído.

Pero te aplastaron al fin, furibundas, locas de venganza;
mientras en peñascos aún y en leones tu voz perduraba,
y en pájaros y en árboles. Ahí es donde ahora cantas todavía.

¡Oh, Tú, Dios perdido!.¡Tú, huella infinita!. Sólo porque el odio
desgarró tu cuerpo divino y al cabo lo esparció en pedazos,
somos los oyentes ahora y la boca de todas las cosas.

Fuente: http://arique.50webs.com/rilke.pdf
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